Donald Trump explica por qué canceló el ataque a Irán: «Iban a morir 150 personas»

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A las 13.35 del jueves el presidente se quedó al fin solo en el Despacho Oval. Había pasado 90 minutos hablando sobre todo de comercio con el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que acababa de abandonar la Casa Blanca,pero a Donald Trump le esperaba desde primera hora una de las decisiones más trascendentales y polémicas de su presidencia: cómo responder al derribo por Irán de un avión no tripulado en el golfo Pérsico, la mayor provocación del régimen islámico en décadas.

Irán ha sido tradicionalmente un enigma para la Casa Blanca. Es una nación adversaria que en 1978 asaltó la Embajada americana y tomó 52 rehenes, probablemente hizo caer a Jimmy Carter por ello, ha desarrollado uno de los más complejos programas nucleares del mundo y se ha enfrentado por igual a Israel y Arabia Saudí, los más firmes aliados de Washington en el Golfo.

Desde Ronald Reagan ningún presidente ha tenido razones reales para atacar Irán. Lo cierto es que nadie quiso realmente hacerlo, el que menos Barack Obama, pese a las intensas presiones para ello del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Y finalmente Trump, el presidente que ha advertido una y otra vez de la amenaza del uso de la fuerza militar contra Irán, se encontró el miércoles a las 19.30 hora de Washington con un dron de vigilancia derribado por el régimen iraní en el estrecho de Ormuz, en lo que el Pentágono mantiene que eran aguas internacionales.

Tras recibir la última hora de las agencias de inteligencia y del Pentágono, Trump se trasladó a la sala de crisis de la Casa Blanca, en el sótano, donde recibió a las 15.00 a un reducido grupo de diputados y senadores tanto demócratas como republicanos. Entre ellos estaba la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien salió de la reunión con cara de grave preocupación y dijo a los medios ante la puerta del Ala Oeste: «Estamos ante una situación muy peligrosa». No añadió mucho más, excepto que le dijo a Trump que cualquier ataque debería contar con el visto bueno del Capitolio.

Trump se quedó luego en la sala de crisis con miembros del Estado Mayor Conjunto y los asesores de seguridad internacional de su gobierno, incluidos el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton; el secretario de Estado, Mike Pompeo, y la directora de la CIA, Gina Haspel. Estaba también presente el secretario de Defensa, Patrick Shanahan, que dimitió esta semana por un escándalo de violencia doméstica.

Pronto -como era de esperar- le aconsejaron que atacara halcones como Bolton, Pompeo y Haspel. Coincidía el vicepresidente, Mike Pence. El argumento era que EE.UU. no podría dejar pasar un ataque semejante y que aunque no hubiera víctimas la Casa Blanca no puede permitirse hacer caso omiso de una agresión. Con ellos estaba, desde la distancia, Netanyahu, que lleva años pidiendo a EE.UU. que ataque a Irán para impedir que se dote de armas nucleares. «Debemos apoyar a EE.UU. en su respuesta a esta agresión», dijo el primer ministro israelí en redes sociales.

El presidente quedó convencido y pidió a los generales un plan concreto. En menos de una hora lo tenía sobre la mesa: tres ataques a tres instalaciones militares de Irán que albergaban radares y lanzaderas de misiles. Sería algo que le describieron a Trump como proporcional, que tendría el mismo efecto de los ataques con misiles a Siria en 2017 y 2018 por el uso de armas químicas contra la población por parte del régimen.

Al filo de las 19.30, todo estaba listo y Trump dio la orden que tantos otros presidentes han dado desde la sala de crisis. Los aviones desde los que serían lanzados los misiles estaban listos para despegar y las lanzaderas sobre los buques militares apuntaban a sus objetivos. Y de repente, el presidente, según reveló después, se dirigió a uno de los generales:

-¿Va a haber bajas?

Unas 150 personas, señor.

Cambio de opinión

Al escuchar esa estimación, Trump cambió de opinión y dio la orden de cancelar el ataque antes de las 20.00. Según dijo después en redes sociales, no le parecía «una respuesta proporcional al derribo de un dron».

Nunca antes, que se sepa, ha ordenado un presidente de EE.UU. el aborto de un ataque cuando este estaba ya en marcha. Tampoco nadie antes de Trump lo hubiera admitido con semejante franqueza en redes sociales.

Por si acaso, según reveló luego el régimen iraní, la Casa Blanca hizo llegar a Teherán a través de Omán el mensaje de que existía la posibilidad de atacar, pero que Trump no es amigo de guerras y prefiere mantener las sanciones y que prosiga el diálogo. La respuesta de Irán fue afirmar que podrían haber derribado, además del dron, un avión de vigilancia P-8 con al menos nueve tripulantes que volaba cerca de él, pero no lo hizo.

Trump se mantuvo alejado de las cámaras durante toda la mañana de ayer, mientras desde el Ala Oeste de la Casa Blanca, donde tiene su despacho, se escuchaba claramente una protesta en la calle a favor del cambio de régimen en Irán. Por la tarde participó en una barbacoa en el jardín con algunos de sus principales aliados en el Capitolio, a los que informó con más detalle de su decisión.

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