¡El reloj judicial marca minutos de agonía para José Luis Ábalos, el exministro que se aferra a su acta de diputado como un náufrago a un salvavidas! Este jueves, en una vista que promete ser un terremoto en el Supremo, la Fiscalía Anticorrupción y el PP como acusación popular claman por prisión provisional para el protagonista del caso Koldo –esa trama de comisiones millonarias en mascarillas que devoró su carrera y amenaza con salpicar al PSOE entero–. Si el juez Leopoldo Puente dicta barrotes, Ábalos no perdería su escaño de golpe –solo él podría renunciar–, pero el artículo 21 del Reglamento del Congreso le suspendería la mayoría de sus derechos parlamentarios, dejando su sueldo en el aire y su voto silenciado. ¡Imagina: un diputado en la sombra, inviolable por sus palabras pero impotente en el hemiciclo, mientras el Gobierno tiembla ante el riesgo de que, desde la cárcel, «embarrile» a sus excompañeros con confesiones explosivas! ¿Sobrevivirá el PSOE a este pulso que podría costarles un voto clave en un Congreso ya de por sí frágil?
El escenario es un laberinto legal que acelera el pulso de Moncloa. Ábalos, despojado ya de su pasaporte y obligado a fichar quincenalmente, enfrenta un juicio donde la Fiscalía pide 24 años por cohecho, malversación y organización criminal. Si entra en prisión preventiva –junto a su fiel Koldo García, con 19 años solicitados–, su acta de diputado permanece intacta: «Es personalísima e intransferible», dictamina la Constitución. Pero el Reglamento del Congreso no perdona: la suspensión automática de derechos y deberes lo convierte en un «fantasma parlamentario». Adiós a los 3.236 euros brutos mensuales de sueldo fijo, más 2.078 euros extras para gastos –un golpe que duele en el bolsillo de un hombre que ya confesó tener solo 6.000 euros en el banco–. No más intervenciones en plenos ni comisiones, ni integración en grupos parlamentarios, ni solicitudes de datos a administraciones públicas. Y lo más demoledor: su voto, presencial o telemático, evaporado –el reglamento no contempla urnas desde la cárcel, dejando al PSOE con un escaño «vacío» en las votaciones clave.
Pero no todo es oscuridad para Ábalos: mantiene la inviolabilidad por opiniones vertidas en funciones parlamentarias –un escudo que lo protege de demandas por injurias, aunque no de juicios por corrupción–. Numéricamente, el Congreso sigue con 350 diputados y la mayoría absoluta en 176: la suspensión no altera el conteo, como confirmó la presidenta Francina Armengol. Para el Gobierno, el impacto es sutil pero punzante: el PSOE pierde un voto efectivo, quedando en 178 si suma a Sumar y Junts, lo que fortalece el poder de los independentistas para negociar –una abstención bastaría para tumbar iniciativas en empates a 171. Fuentes socialistas lo admiten con el corazón en un puño: «Puede pasar cualquier cosa», susurran, temiendo que Ábalos, desde la celda, suelte bombas sobre pactos rotos o sombras en Ferraz que podrían «embarrar» al Ejecutivo de Sánchez.
Políticamente, el drama es un volcán a punto de estallar. El PP, con su olfato de sabuesos, celebra la vista como «el fin del sanchismo corrupto», mientras Vox clama por dimisiones en cascada. En el PSOE, la inquietud hierve: Ábalos, alineado con el grupo mixto pero fiel a los socialistas en votos, podría convertirse en un troyano si decide «vengarse» con revelaciones que salpiquen a altos cargos. ¿Renunciará voluntariamente para evitar el escarnio, o se aferrará a su escaño como un desafío final? El jueves, el Supremo dictará sentencia, pero una cosa es segura: esta no es solo una vista; es el pulso de un partido que lucha por no hundirse en el fango de Koldo.
En Agencia6, el suspense judicial nos tiene al borde del asiento: ¡Ábalos, entre barrotes y balcones, podría ser el detonante de una crisis que nadie vio venir! Sigue la vista en directo en nuestras redes – porque cuando un diputado entra en prisión, el Congreso tiembla.
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