UNA BANDA DE PRINGADOS
Un reparador de climatización, un ex concejal de ERC, un jugador de rol… Y al mando, el ‘bala perdida’ de Sabadell que acabó con las manos quemadas. «No sobrevaloremos el pacifismo», dejó escrito Ferran, conductor de ambulancias.
Aquel día de mayo los vecinos del número 55 de la calle Antoni Cusidó en Sabadell (Barcelona) se asustaron mucho. «Parecía la guerra», declaró uno de ellos. Un humo tremendo salía del piso del que aún cuelga una desteñida bandera negra inspirada en el brazo armado de Estat Català. Entonces se dijo que había sido un simple accidente: que Jordi, de 45 años, se había dejado un cigarrillo encendido en su piso, o quizá una cacerola al fuego en la cocina.
Hoy la Guardia Civil sospecha que aquello fue algo más. Porque Jordi es Jordi Ros Solà, el «cabecilla» del grupo independentista violento desarticulado esta semana, y uno de sus tres «cocineros», que es como los investigadores denominan a los miembros del Equip de Resposta Tàctica (ERT) que, al menos desde ese mes de mayo, mezclaban los materiales que habían adquirido para presuntamente fabricar explosivos con los que sembrar el caos en Cataluña e instaurar la república catalana «por cualquier vía, incluida la violenta», según la Audiencia Nacional.
Este lunes, cuando fue arrestado, Jordi gritó «Visca Catalunya lliure!». Tenía quemaduras recientes en las manos. Hoy es uno de los dos integrantes del grupo que ha decidido desmarcarse de la estrategia de los abogados secesionistas, solicitar un letrado de oficio y testificar tanto ante la Guardia Civil como ante el juez. Como sus seis compañeros, ha sido enviado a prisión provisional sin fianza acusado de pertenencia a organización terrorista, tenencia de explosivos con fines terroristas y conspiración para la comisión de estragos, en la que hasta el momento es la operación más grave contra el secesionismo violento en Cataluña. La operación Judas.
«Jordi era el más radical del grupo», explica una fuente del operativo de la Guardia Civil, que ha seguido a los siete detenidos y escuchado sus conversaciones desde hace meses. «Habían decidido dar un salto adelante. Él incluso habló de iniciar una nueva modalidad de atosigar a agentes en su vida personal y amenazar a sus familias», añade.
El grupo -una facción surgida de los Comités de Defensa de la República (CDR)– tenía, según el auto del juez instructor, Manuel García Castellón, una estructura jerarquizada con los papeles bien repartidos. Y en esa estructura Jordi llevaba la voz cantante, «dirigía el cotarro en materia de explosivos», añaden las fuentes consultadas.
El retrato del presunto cabecilla es difuso. Sin empleo conocido, era un habitual en los bares de Sabadell. Hace años trabajó, eso sí, en el pequeño negocio de serigrafía de su padre, ya jubilado. «Hacían folletos, cartelería… Poca cosa», cuenta un vecino bien informado. En el municipio tiene fama de «manitas»; también de bala perdida. En sus seguimientos, los investigadores le han visto comprando material susceptible de ser convertido en explosivo en tiendas de productos químicos de Terrassa y Barcelona. Lo vieron también ir y venir de su piso hasta la casa de sus padres, en la calle Romeu. Allí, en el garaje de Salvador y Rosa, tenía uno de los dos laboratorios principales donde los «cocineros» del ERT hacían sus mezclas y donde la Guardia Civil halló ácido sulfúrico, parafina, aluminio en polvo, nitrato de amonio… Los acusados manejaban una mezcla de aluminio y óxido metálico conocida como termita, que se utiliza como precursor de explosivos.