Andaba yo a mis años tan feliz y contento cuando súbitamente, repentinamente cual rayo meteorológico, con una inoportuna llamada telefónica, he quedado patéticamente anquilosado, infeliz y triste, todo por una intempestiva comunicación telefónica.
El caso es que mi caminar placentero y dichoso estaba en una buena parte basado en la intimidad, convencido equivocadamente de la absoluta propiedad de mi intimidad, que estaba a cubierto de injerencias, intervenciones o extraños abusos. Y no es así, no es cierto, resulta que cualquier espabilado cual pescador furtivo se apropia de ella e intenta utilizarla en su propio beneficio. Lo mio no era andar, era deambular, peregrinar por un camino equivocado, sin rumbo ni derrotero.
Estaba encaramado en una higuera cuyas endebles ramas han cedido al primer sobrepeso y me he pegado el batacazo padre. Porque ¿quién me manda creerme el contenido del artículo 18 de la Constitución Española? ¿quién las declaraciones, pactos y tratados internacionales sobre Derechos Humanos? ¿quién me hizo perder el tiempo leyendo las galeras de la ley de Protección de Datos? ¿Quién? una vez más. No lo se, pero que tenga cuidado no sea que cualquier día lo encuentre: ¡Me va a oír aunque esté sordo!.
En mi caso y por lo que tengo visto y oido sobre el asunto en cuestión entre amigos y conocidos, mi supuesto derecho a la intimidad personal ha dejado de estar derecho, está torcido, mas bien está retorcido, a falta de estar pegado en las farolas con las pestañas informativas listas para ser llevadas por el primer peatón que se interese. Total, que he decidido relatar el hecho y puedan con ello juzgar si estoy o no estoy en mí.
Esta mañana disfrutando de la intimidad, paz y sosiego de mi hogar (entiéndase discutiendo con mi esposa) interrumpió una llamada desde un teléfono con prefijo 913 desde el que una amable chica con acento caribeño preguntó si yo era yo dándome mi nombre y apellidos y ofreciéndome un contrato con una empresa comercializadora de energía eléctrica y gas ciudad, ofreciéndome toda clase de descuentos, promociones, ventajas, servicios y beneficios sin fin (llegó a ofrecerme 80 horas mensuales gratuitas de energía eléctrica para siempre de los jamases y hasta 50,00 € de descuento en la primera factura).
En ese momento, como estaba en mi casa y como de costumbre “encaramado en la higuera” pero no en lo alto, sentí un ligero crujido y me dije desencaramate que te la vas a pegar. Dicho y hecho, bajé interrumpí educadamente la benéfica charla de mi interlocutora, para preguntarle ¿Quién le ha facilitado mis datos, teléfono, nombre y apellidos? Contestó que su empresa ENDESA, tiene una base de datos para atender a los clientes a lo que respondí que yo nunca había sido cliente de su empresa y visto el método ilegal que utilizaba en su acción de marketing nunca lo sería.
Estoy seguro que muchos de los lectores han tenido que soportar llamadas de similar estilo, sobre todo de empresas de telefonía y comercializadoras de servicios que molestan con impertinente insistencia tratando de penetrar comercialmente en un mercado ya saturado. Esa libre acción de mercado no el ilegal en si misma, la ilegalidad nace en cómo consiguen nuestros datos y con ello injieren y rompen nuestra intimidad. Está claro que hay un inmenso mercado ilegal de datos, que ese mercado es difícil de investigar pero no imposible. Igualmente claro y evidente está que tengo derecho a mi intimidad y que el Estado debe defenderlo, pero la realidad es otra bien distinta.
Por supuesto que estamos obligados a denunciar este tipo de situaciones que vulneran uno de nuestros derechos: La Intimidad. Pero en mi opinión no tenemos las herramientas necesarias para exterminar esta plaga. La lucha tiene dos frentes, uno los vendedores de datos, otro los compradores. Hay que luchar en los dos frentes simultáneamente con leyes mas duras, con mayor inversión investigadora y sobre todo valorando la ética comercial de las grandes empresas. Hemos olvidado que el fin nunca justifica los medios.
Resulta difícil de entender que con los precios de la energía (gas y electricidad) regulados y controlados por el Estado, entren en el mercado del consumidor con ofertas gratuitas de por vida, con bonos en efectivo, o con permanencias irreversibles. El mercado de la energía, entre otros, da impresión de haber sido invadido por la corrupción. La manida argucia de jugar con el margen comercial como herramienta del mercado de la energía se anularía fijando con seriedad no solo el precio del costo, sino el margen comercial, sobre todo en ese mercado específico del que dependemos todos, industriales, comerciantes, y en definitiva mas de 47 millones de españoles.
Alguna vez se habrá detenido el lector a pensar que una buena parte de nuestros ex-ministros aparcan sus días, desde el punto de vista laboral, en la dirección o en el Consejo de Administración de esas grandes empresas. Yo también y me invade una inevitable sensación de corrupción
Y todo ello por lo dicho: Nuestra intimidad en estos momentos anda como la falsa moneda, de mano en mano.
José Antonio Corachán Marzal (Diplomado en Anticorrupción)